Los perfumes elegidos tras la muerte de Jesús
Los Perfumes en el Cristianismo
Tras la muerte de Jesús, los perfumes adquieren una connotación diferente e innovadora ya que pasarán a ser una manifestación de santidad de los hombres y no sólo una vía de agradar a Dios.
Tras la muerte de Jesús, los perfumes adquieren una connotación diferente e innovadora ya que pasarán a ser una manifestación de santidad de los hombres y no sólo una vía de agradar a Dios. Uno de las manifestaciones de esta transformación es la comparación la Virgen María con aromas apreciados:
Cedro, el perfume de María
María es comparada con el cedro, porque el cedro mata a las serpientes con su olor y así su santidad emitía sus rayos sobre los demás y mataba los impulsos lascivos de la carne de sus cuerpos [de los que podían desear a la Virgen María]. También se compara a la Virgen con la mirra, debido a que la mirra mata a los gusanos, y así su santidad mata a la lujuria (Voragine, I, 1995:149).
Los últimos días de la Virgen son narrados por un texto apócrifo, el Tránsito de la Bienaventurada Virgen María. El arcángel Gabriel se le aparece para anunciarle su inminente partida de la tierra y desde ese momento la rodea un exquisito perfume, signo de su santidad:
(…) un olor muy suave que se exhalaba del lugar en que estaba, y llenaba todo su ambiente (Tránsito…, II:48).
María no muere, sino que es transportada al cielo en cuerpo y alma. Su hijo Jesucristo viene a buscarla mientras la Virgen se encuentra rodeada de los apóstoles (incluyendo a los que habían fallecido) que, avisados por el Espíritu Santo, han llegado de las diversas partes del mundo para acompañarla y despedirse. Esta instancia se conoce como Asunción, Tránsito, Dormición o Koimesis.
Y cuando ella finó su plegaria, los discípulos repitieron: Amén. Y ella dijo a los discípulos: Encended el incienso y orad, y haced la señal de la cruz. Y cuando hicieron lo que ella decía, sonó un ruido como el de un gran trueno, o como de infinitos carros que chocasen, y se expandió un perfume de indescriptible suavidad (Tránsito…, III:25-26).
El Tránsito se produce apaciblemente y cuando María llega al Paraíso, la recibe un aroma delicioso:
Y el Señor tendió su santa mano y tomó su alma pura, que fue llevada a los tesoros del Padre. Y se produjo una luz y un aroma suave que en el mundo no se conocen (Tránsito… V:30). (…)
(… ). Y cuando María hubo sido llevada al Paraíso (…) levantando los ojos, vio María magníficas y esplendentes moradas, y admirables coronas de mártires, y árboles perfumados y soberbios, y un aroma que era imposible describir (Tránsito… VI:5).
El perfume a flores de los muertos que van al Paraíso
El Paraíso, tanto en los textos canónicos como en los apócrifos, está presentado siempre como la tierra de los aromas y de las piedras preciosas (Albert, 1990:72). Es probable que las referencias a los perfumes que actúan como manifestación de santidad signifique que quien lo emana pertenece, por su elevada condición espiritual, a la esfera en la que el pecado no tenía cabida. Esta relación entre las fragancias exquisitas y los santos se manifestó ya desde los primeros mártires. Las crónicas insisten en que a sus muertes se difunden aromas deliciosos, "imposibles de describir". Este perfume maravilloso, síntoma de bienaventuranza, es al que alude la frase "morir en olor de santidad".
Una somera recorrida por los relatos hagiográficos que jalonan la historia del cristianismo será más que elocuente para ilustrar la relación entre una vida beatificada y el perfume que exhala esa santidad.
El evangelista Marcos, uno de los primeros mártires del cristianismo, es enterrado en la ciudad de Alejandría. En el año 468, por mandato del propio Marcos, según se relata, sus restos son robados y trasladados a la ciudad de Venecia. Si bien es cierto que tras varios centenares de años, no es probable que un cadáver despida ya olores nauseabundos, sí es inusual que exhale una deliciosa fragancia:
( … ) Cuando el cuerpo fue levantado de su tumba, un olor se desparramó por toda la ciudad de Alejandría —un olor tan dulce que todas las personas se preguntaban de dónde provenía (Voragine, I, 1995:245)
En el siglo III un santo muy popular —san Vito— es castigado por su padre, que no compartía su fe cristiana. El joven, de apenas doce años, es encerrado en su habitación para forzarlo a abjurar de su convicción. Pese al encierro,
(… ) una maravillosa fragancia salía de la habitación, impregnando la casa y las personas con su olor. El padre espió por la puerta y vio siete ángeles rodeando a su hijo (Voragine, I, 1995:322).
Dos mártires italianos, Gervasio y Protasio, sufrieron tormento y fueron decapitados bajo las órdenes de Nerón en el siglo I. Sus cuerpos fueron enterrados en Milán, pero con el transcurso de los años, la ubicación de sus sepulturas fue olvidada. En el siglo IV, ambos jóvenes se aparecen en sueños al entonces obispo de Milán, san Ambrosio, y le piden que rescate sus tumbas del olvido. Le indican dónde cavar y cuando finalmente descubren sus cuerpos, éstos no sólo se encuentran intactos sino que además despedían "el más dulce y noble aroma" (Voragine, I, 1995:326).
El perfume a santidad o beatitud
La hagiografía abunda en historias que insisten en la emanación de perfumes inexplicables que actúan como signo de beatitud. Curiosamente, con la excepción de la Virgen María, a quien el aroma delicioso acompañó en vida —si bien como preludio de su próxima partida— el olor a santidad surge generalmente en el instante de la muerte o como consecuencia de ella. Cuando a san Pablo le cortan la cabeza en Roma, su cuerpo emana un muy dulce olor. Y la leyenda que los monjes borgoñones forjan en el siglo XI para justificar la supuesta existencia de las reliquias de María Magdalena en la abadía de Vézelay refiere que, cuando la Magdalena muere delante del altar de una iglesia marsellesa, un olor poderoso y dulce persistió durante siete días en la iglesia. En 1231, el cuerpo de la hija del rey de Hungría, santa Elizabeth, permanece sin sepultar durante cuatro días y, a pesar de ello, despide un olor placentero "que refrescaba a todos" (Voragine, II, 1995, 312).
Con el cristianismo ha cambiado el concepto de que el perfume debía ser quemado y transformado en humo para que el fiel tuviera acceso al Dios. Con la llegada de Cristo, quienes viven su fe de una manera rigurosa e perseverante pueden manifestar su gracia a través del aroma exquisito que emanan.
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